La ‘biología sintética’ está siendo puesta como el saber que en el futuro reemplace el uso de combustibles fósiles, lo que para los horizontes mercantiles implica convertir el 76 por ciento de biomasa terrestre que hoy no es usada por los humanos en la sangre del sistema. En juego están la alimentación, la energía y la seguridad de las naciones, sobre todo al sur del mundo, ya que se quiere experimentar estas nuevas tecnologías en los territorios de Brasil, Sudáfrica y Malasia.
Con el pretexto de afrontar la degradación ambiental, el cambio climático y las crisis energética y alimentaria, la industria propone una “nueva bioeconomía” con el reemplazo de los hidrocarburos fósiles por materia viva, hoy llamada “biomasa”.
La biomasa más productiva y accesible se ubica en el Sur global, justo en el espacio donde, hacia el año 2050, podría haber hasta dos mil millones de bocas más que alimentar, en tierras que (gracias al caos climático) están en peligro de reducir su producción entre 20 y 50% para entonces.
A pesar de que este podría ser el peor momento posible para ejercer aún más presión sobre los ecosistemas, se dice a los gobiernos que la “biología sintética” —una tecnología apenas en proceso de invención— podrá producir y transformar toda la biomasa que se requiera para reemplazar a todos los combustibles fósiles que actualmente usamos.
Al mismo tiempo, los nuevos mercados de carbono empujan a transformar la vida vegetal en “inventarios de carbono” para su comercio (supuestamente para contribuir a la reducción de las emisiones). Las compañías que promueven esta nueva bioeconomía y que dicen “confíen en nosotras”, (de energía, de química, agronegocios y silvicultura), son las responsables en primer lugar de las crisis climática y alimentaria que hoy padecemos.
QUÉ ESTÁ EN JUEGO
QUÉ ESTÁ EN JUEGO
En juego están la alimentación, la energía y la seguridad de las naciones. El 24 por ciento de la biomasa terrestre que se produce cada año se consume en usos humanos y los especuladores mundiales quieren aprovechar la convergencia de múltiples crisis para mercantilizar y monopolizar el restante 76% de la biomasa (y sería más si consideramos a la biomasa oceánica). Los sectores de la industria que tienen interés en convertir los cultivos en biomasa incluyen al energético, químico, alimentario, plásticos, textil, farmacéutico, papelero y de la construcción, además del sector del comercio de carbono, lo que arroja un mercado combinado de más de 17 billones de dólares.
LOS ACTORES
Los medios de comunicación especializados reportan con frecuencia noticias sobre las compañías de reciente formación, como Synthetic Genomics, Amyris Biotechnologies y LS9 pero, detrás de los encabezados, el capital para el desarrollo de la biología sintética proviene del Departamento de Energía de Estados Unidos, así como de grandes empresas energéticas como BP, Shell y ExxonMobil, químicas como BASF y DuPont, o de los agronegocios y la silvicultura, como Cargill, ADM, Weyerhauser y Syngenta.
Si bien las primeras instalaciones industriales “demostrativas” están siendo construidas en Europa y Estados Unidos, los países con el mayor volumen de plantas vivas albergarán a la mayoría de las plantas de producción, pues en última instancia, para la nueva bioeconomía “la geografía es destino”.
La industria ya tiene los ojos puestos en Brasil, México, Sudáfrica y Malasia como sitios de experimentación para esta nueva tecnología. Mientras tanto, los gobiernos pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ya están inyectando más de 15 mil millones de dólares en subsidios a la economía de la biomasa.
LA LETRA CHICA DE LA TRANSFERENCIA TECNOLÓGICA
Tanto las empresas líderes como los científicos involucrados en el desarrollo de la biología sintética están de acuerdo en que se requiere cierto tipo de supervisión o regulación, y reconocen los riesgos potenciales para la bioseguridad provenientes del desarrollo de nuevas especies de microbios y plantas.
Aunque la biología sintética y la economía de la biomasa impactarán profundamente los usos del suelo, la diversidad biológica, el ambiente y el bienestar humano, todas esas implicaciones están siendo desdeñadas por la mayoría de los gobiernos e investigadores. Dentro de Naciones Unidas, la el Convenio sobre Diversidad Biológica (CDB) está abordando activamente el tema de la biología sintética. Pero a pesar de sus implicaciones para la seguridad alimentaria, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y el Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional (CGIAR) parecen ignorar los desarrollos recientes.
En las negociaciones de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC), los gobiernos del Sur no parecen estar al tanto de que la llamada “transferencia de tecnología” está siendo sesgada con el fin de extender el monopolio de la industria sobre las tecnologías de la biomasa, los recursos y territorios del Sur global.
Las implicaciones de la “nueva bioeconomía” son tan vastas que deberían ser incluidas en la agenda de todas las agencias del sistema de Naciones Unidas y, especialmente, deberían ser abordadas en la Cumbre de Río+20, a realizarse en Brasil, en 2012.
LAS POLÍTICAS QUE VENDRÁN
En 2010 se anunció que investigadores en biología sintética pueden manipular el ADN para construir microorganismos artificiales y autorreplicantes que nunca antes existieron sobre la Tierra. Ello tendrá implicaciones inmediatas sobre la biodiversidad, la bioseguridad y las economías nacionales.
Las formas de vida sintéticamente construidas no deberían ser liberadas al ambiente, y la ONU y los gobiernos nacionales deberían establecer —por lo menos— moratorias para prevenir tales liberaciones.
Como medida urgente, deben realizarse estudios para determinar las implicaciones de lo que Estados Unidos denomina “la revolución basada en la biología” como medio para afrontar el cambio climático, la crisis de los ecosistemas mundiales, el abasto de energéticos y alimentos y sus efectos sobre la supervivencia de pueblos u comunidades.
La sociedad civil y los movimientos sociales organizados en torno a los problemas relacionados con la agricultura, el derecho a la tierra, la producción forestal, la vida marina, las tecnologías emergentes, las toxinas químicas, el cambio climático, la justicia energética y el consumo necesitan compartir sus análisis urgentemente y coordinar la resistencia frente a las amenazas comunes que están surgiendo con la nueva “bioeconomía”.